sábado, 22 de junio de 2013

Cuentos cristianos para niños, jovenes y adultos, reflexiones cristianas,

Una noche

¡No era una noche cualquiera, sino una muy especial!. Estaba a punto de dormir y recorde que no había leído mi libro sagrado, la Biblia, me levante, la tome, la leí, ore y me dormi.
Sin ni siquiera pensar que esa noche tendría la visita más sublime que he tenido.

En ese tiempo, tendría unos 17 casi 18 años, todo era algo hermoso, había tenído un encuentro con Dios, la vida eterna que él me había regalado la estaba disfrutando en cada momento.
¡Ah! que día aquellos, en donde nada preocupa, en donde nada inquieta, solo el ocuparse de servir a tu Señor. (Actualmente lo sigo disfrutando, pero la edad ya no es la misma)

Eran las tres de la madrugada, todo era obscuro, en casa toda la familia dormían, no se oía ni el sumbido de un mosquito, quiza de vez en cuando el ronquido del papá... Bueno eso creo.

Pero de pronto, algo que era sobrenatural alumbró el cuarto  donde dormia tan profundamente; nada en esta tierra me despertaba, ni aun los temblores que solían ocurrir de vez en cuando en esta zona sísmica .  Pero, ¡oh sosrpresa! Esa noche fue algo extraordinario, la habitación estaba iluminada.

Mi cuarto tenía dos lámparas con luz  blanca, pero esa luz que alumbró el cuarto esa noche era distinta. ¡Brillaba!... Era luz de Dios. 
Era tan fuerte su explendor, que desperte. Pensando que era mi madre que había entrado a la habitación y que había encendido la luz, le dije, -por favor apague la luz mami y déjeme dormir.
 Vi mi reloj, y me dí cuenta que eran las tres con veinte minutos de la madrugada.
Me envolví con la sabana y me dí  vuelta para dormir de nuevo.  
Como nadie respondió, descubrí mi rostro, para ver quien había encendido la luz, y no la apagaba.

En ese momento, fijé mis ojos en la luz brillante y pude ver en ella, un trono de oro puro, si ,así es, ¡un trono de oro!, en el, estaba sentado Jesús; quien tenía un cetro de oro en su mano derecha, tambien tenía, una corona puesta en su cabeza, tenía unas sandalias y sus pies eran hermosos, sus manos que reposaban en el trono eran hermosas, uñas perfectas. Todo él, era precioso.  
De su rostro manaba aquella luz tan brillante, y entonces me di cuenta que no eran las lámparas de mi habitación; era una visita especial del Señor a mi vida; quien tambien me dijo.
¡¡Levantate a orar!!
A quien respondí, Señor son las tres y veinte de la madrugada.
Pero la voz del Señor dijo nuevamente ¡levantate a orar!

Estaba tan emocionada que me quede viendo aquella luz que salía de su rostro, poco a poco fue cesando, hasta que el cuarto se quedo muy obscuro como antes.
Esto fue una de las muchas visitas que el Señor me hizo a inicios de mi conversión y que continuan.
 Espero que les halla edificado, y que ustedes deseen conocer a Jesucristo como su Señor y Dios para siempre.
Dios les bendiga ricamente cada día.






M. Patricia Mejía Dguez.




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